LA ÉPOCA DEL TALENTISMO
«¿Teneis grandes sueños?¿Queréis fama? Pues bien, la fama cuesta. Y aquí es donde vais a empezar a pagar con sudor.” Lydia Grant, en la película Fama (1982)
Ahora sabemos que el talento se hace, no se nace con él. Esta uno de los descubrimientos de la neurociencia más democráticos y alentadores. ¿No es una gran noticia? Todos podemos desarrollar cierto talento con disciplina y dedicación entregada. Afortunadamente no depende de: la suerte, la bilogía, los padres, o de Dios… depende de regalárselo a uno mismo. El talento es un presente que uno se da a sí mismo cuando se enfoca a lo que ama y no deja de mejorar en ello. Sabemos que el talento es el efecto de la práctica y el aprendizaje deliberados durante 10.000 horas. Es la suma de la aptitud (lo que se sabe) más la actitud (querer saber más y mejorar). Despues de leer el libro de Malcolm Gladwell, “Fuera de serie”, uno entiende cuál es la diferencia entre quienes hacen algo especial en la vida y quienes no. En su libro, el autor explora las historias de los grandes deportistas, la historia de los Beatles, la de Mozart… y se pregunta qué distingue a los pilotos que estrellan aviones de los que no. En su estudio concluye que nuestro modo tradicional de pensar en el talento es erróneo.
El talento florece con un condicionante: la vocación. La pasión por lo que se hace, el amor por la profesión, servir más y mejor a la sociedad. Si una persona desempeña un trabajo porque no tiene otra cosa o por ganar dinero nada más, no le puede ir bien. No será feliz, no ganará dinero; y lo peor, no podrá entrar en la economía del talentismo con lo que facilmente se quedará sin trabajo varias veces en su vida. En nuestra economía, se estima que un 80% de las personas trabajan en trabajos que no aman. Cuando en una profesión no hay amor, no puede haber dinero. No es de extrañar que una sociedad así no avance por sí misma y vaya a remolque de otras economías más innovadoras. En la era del talentismo no tenemos opción: o nos decidimos por servir una vocación -y nos entregamos en cuerpo y alma hasta tener éxito- o elegimos vender horas en empleos poco interesantes, con condiciones precarias y mal pagados. El precio de la ignorancia es, ahora más que nunca en la historia, altísimo.
«¿Teneis grandes sueños?¿Queréis fama? Pues bien, la fama cuesta. Y aquí es donde vais a empezar a pagar con sudor.” Lydia Grant, en la película Fama (1982)
Ahora sabemos que el talento se hace, no se nace con él. Esta uno de los descubrimientos de la neurociencia más democráticos y alentadores. ¿No es una gran noticia? Todos podemos desarrollar cierto talento con disciplina y dedicación entregada. Afortunadamente no depende de: la suerte, la bilogía, los padres, o de Dios… depende de regalárselo a uno mismo. El talento es un presente que uno se da a sí mismo cuando se enfoca a lo que ama y no deja de mejorar en ello. Sabemos que el talento es el efecto de la práctica y el aprendizaje deliberados durante 10.000 horas. Es la suma de la aptitud (lo que se sabe) más la actitud (querer saber más y mejorar). Despues de leer el libro de Malcolm Gladwell, “Fuera de serie”, uno entiende cuál es la diferencia entre quienes hacen algo especial en la vida y quienes no. En su libro, el autor explora las historias de los grandes deportistas, la historia de los Beatles, la de Mozart… y se pregunta qué distingue a los pilotos que estrellan aviones de los que no. En su estudio concluye que nuestro modo tradicional de pensar en el talento es erróneo.
El talento florece con un condicionante: la vocación. La pasión por lo que se hace, el amor por la profesión, servir más y mejor a la sociedad. Si una persona desempeña un trabajo porque no tiene otra cosa o por ganar dinero nada más, no le puede ir bien. No será feliz, no ganará dinero; y lo peor, no podrá entrar en la economía del talentismo con lo que facilmente se quedará sin trabajo varias veces en su vida. En nuestra economía, se estima que un 80% de las personas trabajan en trabajos que no aman. Cuando en una profesión no hay amor, no puede haber dinero. No es de extrañar que una sociedad así no avance por sí misma y vaya a remolque de otras economías más innovadoras. En la era del talentismo no tenemos opción: o nos decidimos por servir una vocación -y nos entregamos en cuerpo y alma hasta tener éxito- o elegimos vender horas en empleos poco interesantes, con condiciones precarias y mal pagados. El precio de la ignorancia es, ahora más que nunca en la historia, altísimo.
La Nueva Industria de los "Expertos"
« Los medios de producción ya no son ni el capital ni los recursos naturales ni la mano de obra; son y serán, el conocimiento”. Peter Druker, economista.
El conocimiento de un buen profesional valen más de lo que imaginamos. Un experto puede obtener ingresos sirviendo con lo que sabe de su tema preferido. En la era del conocimiento se abren nuevas posibilidades para las personas que conocen bien su tema, son expertas, y quieren compartir su mensaje o consejo con el mundo para resolver problemas a las personas y empresas. Y todo ello con la inmensa satisfacción de ser útil a las personas que necesitan ayuda. Un experto, por cierto, no es una persona que lo sabe todo pero sí es una persona curiosa que lo quiere saber todo sobre su tema. Por eso se considera a sí mismo un estudiante, un aprendiz; y cuanto más aprende y sabe, sus clientes le consideran más experto. Se puede decir que aprender lo que le gusta al experto se acaba convirtiendo en un buen negocio. En la actual era del conocimiento, es posible convertir lo que a uno le gusta en una profesión útil y rentable. Si alguien tiene un consejo o información valiosa con la que resolver problemas a los demás, es posible hacer carrera en una industria real como experto y obtener ingresos por lo que sabe marcando una diferencia en el mundo. Por lo general, no es necesario hacer inversiones, ni disponer de infraestructuras, ni contratar empleados, incluso es posible trabajar desde casa. Lo único necesario para ser un experto es contar con conocimiento de valor y saber como entregarlo al mundo. Ahora mismo hay muchas personas que necesitan saber lo que alguien sabe, y le pagarán por su ayuda.